Exposición colectiva
Valores en la
literatura y el arte
Centro Deportivo
Israelita, Ciudad de México, del 12 al 26 de marzo del 2017
Al fondo de la Galería Pedro Gerson se hallaba una
pintura —Interpretaciones diversas—
que trataba sobre los valores en el arte. Una cuadrícula organizaba las formas
de esta obra: líneas, cuadrados, rectángulos, circunferencias, triángulos y
otros polígonos irregulares de distinto tamaño, dispuestos en una cuidada
proporción áurea. Sin embargo, la coherencia geométrica se interrumpía con
venas y neuronas, rojas y grises, recortes de libro y de hoja de oro, y varias
capas de resina, las cuales constantemente superponían todos los elementos y le
daban una profundidad aleatoria a la pintura. En cierto sentido, esta creación podría
ejemplificar la diversidad de temas y técnicas de la muestra Valores en la literatura y el arte, realizada
del 12 al 26 de marzo del 2017, en el Centro Deportivo Israelita, de la Ciudad
de México. Los organizadores fueron la Fraternidad Chinicuil y la editorial
Letras Vivas. Participaron dieciséis jóvenes artistas visuales con alrededor de
cincuenta obras, en las que expresaron sus ideas sobre los valores. A
continuación, presento una clasificación de los cuadros para informar de una
muestra tan variopinta.
Obras sobre valores artísticos
Al dar los primeros pasos el espectador se encontraba con
obras sobre pulpos y perros, cuyos valores artísticos estribaban más en los
efectos visuales que en alguna acción manifiesta de los animales. Por ejemplo,
Alejandra Cámara exhibió, en lápiz y tinta, tres pinturas con tres pulpos cada
una; de hecho, eran los mismos pulpos en idéntica posición vertical —cual tótem
marino—, pero con diferentes fondos: blanco, negro y nebuloso. Este sutil
cambio producía la ilusión óptica de mirar imágenes muy distintas y, para
descifrarlo, se requería un momento de atención. A la tríada se añadía un
grabado sobre papel de un pulpo negro, esta vez solo, que nadaba entre
ondulaciones negras con fondo verdemar. De nueva cuenta un juego visual confundía
los tentáculos con las ondas, como si el pulpo estuviera flotando en la
profundidad del mar.
Los perros que Salvador Sánchez pintó con una técnica
experimental de chapopote y óleo sobre tela destacaban, visualmente, por el
escurrimiento de pintura y por una obscuridad que no ocultaba del todo la
figura de los animales. Dos de ellos miraban al espectador; un pastor alemán
mordía un palo; en otro cuadro, llamado Can,
can, se jugaba con la imagen y las palabras, pues entre el fusco ambiente
se percibía a un perro y una lata de refresco abollada en el piso. En una breve
charla, el autor expresó su deseo de valorar con su obra la lealtad de los
perros, además de retomar un motivo pictórico usado, entre otros, por Goya y
Velázquez. Y no estaría de más añadir que esta lealtad se ha honrado también en
la literatura con el Azorca de Dostoievski o el Míster Bones de Paul Auster,
entre otros.
Luego de apreciar animales en hábitats claroscuros, contrastaba
la explosión de colores de los paisajes de Karina Retuert. En Fragmentación del paisaje empleó una
técnica mixta, acrílico con aplicaciones de hoja de plata, transferencias y
costuras con hilo, en una de las obras más grandes de la exposición (140 × 74
cm). La pintura estaba dividida en 98 cuadrados, cada uno con su propia
independencia de colores y formas y sin relación con los recuadros que lo
rodeaban; sin embargo, al observar el conjunto existía una aparente continuidad,
como si acomodando los fragmentos se pudiera descubrir una imagen reconocible. Más
obscuro era el tríptico Komorebi (kanjis
que refieren a la luz del sol que se filtra a través de los árboles), cuya
técnica mixta, acrílico, hoja dorada e hilo encerado sobre lienzo recreaba un
efecto de distorsión de la luz, como cuando vemos una radiografía o un
negativo.
Mientras los tres artistas anteriores desarrollaron ilusiones
ópticas y juegos con colores e imágenes, Luis Alejo —siempre con su inseparable
libreta— le confiere un valor a las actividades cotidianas de las personas, en
particular a sus rostros y gestos, tal como lo manifestaron sus pinturas de acrílico
sobre tela llamadas 24 kilos, Progreso,
Escalera y 4 am. Esta última consistía
en el perfil de un joven de lentes, con cabeza gacha, quizá sobre un libro, que
estudiaba o leía con tanto tesón que se quedó dormido; la imagen se dividía en
tres partes; la muñeca se truncaba de pronto, tal vez por los límites que
previamente le impuso la hoja de su cuadernillo. Destaca un detalle en las
obras de Alejo: la minuciosidad que dedica a las cabelleras. Al respecto, en Escalera el rostro se compone de tres trazos
simples que bastan para representar ceja, pestaña y labios; no obstante, la melena
está obsesivamente trabajada, al punto que no parece pertenecer a la cabeza,
como si los pensamientos traspasaran el cráneo y le infundieran vida a las
tupidas y crespas guedejas.
En la exposición también se presentaron creaciones sobre
los valores desde una aproximación axiológica. Es el caso de Noemi Hernández,
quien integró en una secuencia de cinco cuadros sus interpretaciones de un
texto del filósofo Risieri Frondizi. La pintura que mencioné al principio de
esta reseña pertenece a esta secuencia que combinaba la exactitud de las
figuras geométricas con elementos más complejos del mundo. Veamos, En el sentir sobresalía el rojo de la
sangre y de las venas; En el pensar,
las neuronas; o bien, había manecillas onduladas que aludían al tiempo; o
iconos de lenguaje relacionados con la honestidad. Interpretaciones diversas sumaba las formas y colores anteriores.
Asimismo, las capas de resina sobre el acrílico (técnica de reciente
experimentación de la artista), los recortes del libro de Frondizi y las hojas
de oro transgredían la bidimensionalidad propia de las pinturas, para producir
un efecto de tres dimensiones. El estilo de estas obras evoca las formas
circulares y los discos de Delaunay, precursor del arte abstracto; mas la
yuxtaposición de colores que usaba el francés evoluciona, en Noemi Hernández, a
una superposición de capas y formas.
Obras sobre valores literarios
La literatura como motivo pictórico estuvo presente en
esta muestra mediante retratos de autores y referencias a obras literarias,
conceptos y tópicos, libros y libreros. Al respecto, Ricardo Sánchez creó sendos
retratos con óleo sobre tela y madera de Allen Ginsberg y William Burroughs,
poetas del movimiento beat. Ginsberg cuenta con más de sesenta años, desnudo,
calva apenas rodeada por dos mechones laterales, lentes y su inseparable barba;
conforme a su austero estilo de vida, está sentado comiendo un plato de cereal;
la luz de la fotografía original está representada por un azul claro que parece
manchar la piel del poeta. Por su parte, el rostro viejo y enjuto de Burroughs
abarca casi todo el cuadro; se pueden distinguir sus señas personales, ya su
redondeada nariz, ya sus delgados labios casi bermejos (¿habrá sido una alusión
a su homosexualidad?); viste sombrero de corona pinchada y saco a rayas. Un retrato
más era de Charles Bukowski; solo se pinta su cara, en la que predomina un tono
rojo oxidado y, sobre todo, un muy marcado escurrimiento del acrílico, quizá en
referencia a su decadente y disoluta actitud.
Como con aquel pintor Orbaneja de quien cuenta don
Quijote (II, 71), el título ayudó a identificar las creaciones que presentaron,
a la par, Branli Vázquez y Diana Estévez, del Colectivo KI. Una pintura se
llamaba Aleph, posiblemente por el
famoso cuento de Borges; y otra, Casa
tomada, homónimo de otro cuento de Cortázar. Dos cuadros más eran Metamorfosis I y Metamorfosis II. ¿Acaso fue la inspiración de las dos Metamorfosis latinas, la de Ovidio y la
de Apuleyo? ¿O trataban del Gregorio Samsa de Kafka? Solo los autores podrán declararlo.
Las obras pueden clasificarse dentro de un tardío expresionismo abstracto, elaboradas
con una técnica mixta sobre tela. Si bien el arte no figurativo suele ser
difícil de describir, intentaré dar una idea al lector. Primero, el color: el
fondo es siempre claro; en cada cuadro se distinguen alrededor de seis colores
sin que ninguno destaque sobre otro, salvo en Aleph, en el que el azul campea por toda la tela; el aspecto final
es metálico. Segundo, los trazos: la mayoría son gruesos, pues llegan a medir
más de 20 cm de ancho; hay brochazos largos y continuos dentro de unas
dimensiones de 120 × 120 cm; en ocasiones las trayectorias se arquean. En
conjunto, se perciben varias capas de pintura y cruces que forman polígonos irregulares;
con todo, cuando confluyen los trazos, las formas y los colores se mezclan o se
difuminan. No faltan tampoco escurrimientos de pintura, grumos, grietas y
marcas en la tela.
Cuauhtémoc García pintó Teatro mágico, nombre del fantástico teatro «solo para locos» de El lobo estepario, de Hesse. Con técnica
mixta sobre tela la obra es un autorretrato, cuyo autor mira al espectador
oblicuamente y porta un enorme sombrero negro de copa alta, mucho más grande
que el de aquel Harry Haller de la película de Fred Haines, de 1974. Los
autorretratos son la revelación del sanctasanctórum de los creadores, y en este
caso la confidencia con el público fue mayor debido al busto desnudo y rodeado de
recortes de El retrato de Dorian Gray, de
Wilde. Así, quedan meridianas las dos influencias literarias en la vida del
pintor. Es menester mencionar, además, otra figura situada en la esquina
inferior izquierda, donde se forma una silueta femenina que se desprende del
hombro y de la propia piel de Cuauhtémoc García, sin duda, para hacer patente
quién está en su interior.
Por una conversación con Hugo Trujillo decidí clasificar
su pintura dentro de las referencias a autores literarios, si bien se trata de
un paisaje que por la mera vista pertenecería a otro apartado de este texto. El
cuadro fue el de mayor dimensión de la muestra (130 × 160 cm), llamado Estado de ánimo, con pintura de acrílico
sobre tela. El paisaje es de algún lugar de las lagunas de Montebello y se
inspira en la poesía de Mario Benedetti, según confiesa Trujillo. Predomina la
apacible agua de una laguna, que continuaría por ambos flancos si no existieran
los bordes de la tela; al fondo se hallan colinas que sirven de separación
entre el cielo y el agua; en primer plano se ve a contraluz un arbusto que, por
situarse a un costado, comparte protagonismo con la mole de agua; el ambiente general
es brumoso. Una licencia más para relacionar esta obra con la literatura es que
si a la sazón el paisajista leía al escritor chileno, de la misma manera debe
recordarse que Benedetti pensaba en paisajes: «Si pudiera elegir mi paisaje /
de cosas memorables, mi paisaje / de otoño desolado, / elegiría, robaría esta
calle / que es anterior a mí y a todos».
No solo los escritores y sus textos estaban presentes en
las pinturas, sino también términos literarios como el verso. Un ejemplo de
ello fue La pesadumbre del verso
inconcluso, de Ezra Ailec, en cuya obra
de grafito y tinta dos cabezas se miran casi de frente. Entre algunas tenues
manchas de color, ambas cabezas están dibujadas flotando en el agua, libres de
pelo como las fraustinas que usan los actores para posar la peluca. Ahora bien,
¿qué relación existe con los versos inconclusos? Por la formación filológica clásica
de Ailec quizá sea permitido pensar en aquellos versos grecolatinos que nos han
llegado truncos. Si reparamos en poetas de la lírica griega como Safo, o épicos
romanos como Livio Andronico, sin duda el filólogo y los lectores lamentamos no
poder conocer íntegros dichos textos, y tal vez la pintura de marras nos
insinúe esa carencia.
En la obra anterior reconozco que medio anduve en
jerigonzas al hablar de la Antigüedad clásica, mas ahora está plenamente
justificado con los dos grabados de Roberto Hernández, de título Overtura Octaviana 1/1 y Symphony Elyseum 1/1 (punta seca,
acrílico, acuarela y linóleo). Los
grabados presentan un elenco de motivos grecorromanos —mitológicos e históricos—
como Eros, Nike, Octavio, columnas de estilo clásico, legionarios, una tañedora
de arpa, cisnes, pavorreales, águilas, venados… Un cuadro concentra las figuras
bélicas y otro las artísticas, bien que Eros, Nike y los animales aparecen en
ambos. Con todo, lo que más descuella es que lo clásico, considerado árido y
caduco por algunos, se insiere en una pantalla de videojuego, con indicadores
de press start, challenger, pause, score, player, time y niveles de vida.
El libro tiene una larga tradición como motivo pictórico;
baste el ejemplo que daba Azorín sobre Francisco Ribalta con El éxtasis de san Francisco de Asis (circa 1625), en el que el santo «tendido
en dura tabla, tiene a par de sí un desnudo tablero en que se ve un librito
regordete y una candileja». De vuelta a nuestra época, hay dos cuadros que
también acogen esta tradición. Wendy Cárdenas, con Escalera a la sabiduría (óleo sobre tela), pinta repisas con varios
lomos de libros que se van mezclando poco a poco con el fondo; al frente, una
delgada escalera vertical parte desde la base del lienzo y sube hasta desbordarse
en la parte superior derecha; en esta obra los elementos se confunden y van
perdiendo sus contornos, mas nunca lo suficiente para dejar de intuirlos. Por
su parte, Cuauhtémoc García creó Librero
ecléctico con óleo y tela; aquí, en cambio, las formas y los colores están
claramente definidos, y la alteración surge de la geometría extraña de un
librero que parece moverse; además, los propios libros asemejan tener vida: en
la repisa de abajo los hay pequeños y nuevos; en la de arriba, son más grandes,
viejos y se van desgastando; ningún libro está quieto, sea porque está
entreabierto o a punto de caer.
Obras de diversa temática
Como dije al principio, en la galería se exhibieron alrededor
de cincuenta obras de temas muy variados —incluso en un mismo creador—, por lo
que se vuelve difícil clasificarlas con base en criterios más abarcadores;
además de que en esta reseña solo he referido algunas piezas representativas.
Entre otras propuestas que el público pudo admirar se encuentra la de Óscar
Sandoval, quien expuso Axonauta, con
pintura de acrílico sobre papel fabriano, cuyo neologismo se explica por el
ajolote que se posaba sobre el hombro de una mujer astronauta; en su pecho
había un triángulo que simbolizaba el cosmos. Norma Ibáñez mostró fotografías
digitales combinadas con dibujos, como el caso de En mi piel, con una mujer desnuda ante un jaguar. Miguel Ángel Orta
fue el único artista que elaboró una xilografía y escultura en madera llamada Rehilete (microcosmos), que consistía en
un rehilete en forma de flor rodeado de siete tondos de plantas, flores y algún
insecto.
Estantería editorial
Para finalizar el recorrido el espectador tenía que
volver sobre sus pasos, y justo antes de salir se hallaba una estantería con
las publicaciones de la editorial Letras Vivas, uno de los organizadores del
evento. Los libros eran antologías —en algunos casos bilingües— de poetas
judíos, poetas simbolistas franceses, poetas del movimiento beat, poesía
erótica, poetas alemanes o mexicanos. Algunos de estos florilegios se
publicaron en coediciones con la Secretaría de Cultura, la Tribuna Israelita u
otras instituciones extranjeras.
Así como cuando, al terminar el día, los pinceles están
muy gastados y la pintura a punto de agotarse, y los trazos ya no se deslizan
con facilidad, de la misma manera llega un punto en que las palabras y las
ideas no fluyen igual; y ambos son indicios de que, por hoy, conviene
descansar. En lo posible, traté de ceñirme al principio que sigue Stefan Zweig
para sus Momentos estelares de la humanidad:
«En ningún caso se ha procurado decolorar o intensificar la verdad de los
acontecimientos externos o internos recurriendo a la propia invención»; y traduje
tal principio mediante la descripción y clasificación para que los interesados
puedan buscar luego las propias pinturas. Las interpretaciones y valoraciones
de cada obra corresponden a los especialistas; y el psicologismo y los gustos
dependen de cada persona. Sin embargo, permítame el lector advertir que esta
exposición sirvió más para aglutinar a un grupo de jóvenes artistas visuales,
con sus diversas propuestas pictóricas, que para desarrollar una temática
similar. Todos ellos manifiestan un proyecto artístico, alejándose de la mera
ornamentación; poseen formación académica; varios recuperan y adaptan la
influencia de movimientos, tradiciones, tópicos o pintores; emplean diversas
técnicas con mayor o menor pericia; algunos experimentan con nuevos materiales;
y comienzan a expresar conceptos claros y estilos propios. No sería extraño que
en el futuro, con el continuo esfuerzo y difusión, algunos destaquen por su
calidad.
Carlos Belmonte
Álamos, mayo del 2017
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